After


Cercano al medio siglo de vida aún guardo el recuerdo, a veces grato, de mi pasado veinte y treintañero, cuando se sabía cuándo se salía de casa pero nunca cuándo se regresaba. Noches que se hacían mañanas, e incluso nuevamente noches, convertidas en dobletes memorables que jamás fueron tasados por el Guinness de los récords, tan obcecados ellos con estupideces tales como medir el bocadillo más largo del mundo o contabilizar los escalones de las escaleras más sinuosas. Escribo sobre esto gracias al escaso desparpajo de los medios de comunicación actuales que trazaron una salida de fiesta de Froilán, nieto del rey emérito y sobrino del actual, como si en realidad hubieran descubierto algo novedoso. En el citado local, ilegal –¿querrán decir sin licencia de apertura?–, se consumían drogas –siendo mayoritaria la cocaína, que ahora parece ser también puede ser rosa–, había menores y mucho alcohol además de cachimbas. Uno no sabe por qué razón hay asuntos que se tratan de manera tan superficial que los que leemos –o al menos yo– nos molestamos por este tratamiento tan pueril. El infantilismo, que a la hora de cambiar de sexo, abortar o ponerse una argolla en el clítoris es justamente lo contrario, asoma de manera insultante cuando tenemos que hablar de drogas y ya no digamos de prostitución. Porque a veinte años vista me apuesto seis costillas de mi pulmón izquierdo a que, además, no serían pocas las putas y travestis que por allí merodearían, a sabiendas de cómo se las gasta el cóctel explosivo alcohol-drogas-tarjeta visa. Porque resaltar que en el citado after había estupefacientes sería el equivalente a informar que los que salen de casa llevan las llaves de las mismas en sus bolsillos. Estamos en el año 2023 y aún hablar de drogas es un tema tabú, cuando puedo asegurar que España es al consumo de narcóticos algo muy parecido al reino de Nadal en el mundo de la raqueta. Con una diferencia ostensible: Nadal se retirará pero los españoles no. No se habla claro porque hay miedo. Porque por cada alijo incautado pasan siete como es absolutamente habitual manejarse entre un buen cóctel de farlopa, pastillas, MDMA, porros y todo lo que haya ido añadiéndose al excelso menú del vicio que en España es de cuatro estrellas Michelin cuando se sale de fiesta. No entiendo que la gente se asombre porque un señor, por muy de la familia real que sea, se divierta y drogue cuando en cualquier camerino de programa de televisión, set de rodaje de una película subvencionada, cuartel general de cualquier partido político, aseos del bar más próximo a tu casa, oficina funcionarial, urgencias ambulatorias, despacho de abogados, almacén de supermercado, cajón del bibliotecario o peluquería de señoras pueden llegar a existir cantidades de drogas suficientes como para que resaltar que en un after las hay pueda ser considerado estúpido. Porque el día que en las discotecas no haya drogas entonces sí deberemos informar de que aquello era muy ilegal; un auténtico atropello. 


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