Sé que a veces lo recién barrido se mete debajo de la alfombra. O por las prisas o por no tener el hábito de limpiar o por ambos asuntos. Sea como fuere llevaba varios días escurriendo el bulto y la pasada noche me tocó coger al toro por los cuernos. Y es que aún nos sosteníamos tras dos semanas sin follar y eso siempre hace que salten las alarmas. Ella me preguntaba que por qué, que no pasa nada, que le cuente lo que sea, que me apoyará siempre y que aunque sea impotente estará a perpetuidad conmigo. Que esto último recitado contra un detector de mentiras habría hecho saltar la máquina por los aires hasta con restos de metralla. Lo primero que le dije es que yo había padecido un episodio extraño que me llevó a tomar ansiolíticos, y estos, a detener el calibre de mi asta. Añadí que la edad suma además de las toneladas cúbicas de vino y otros alcoholes, cuando por qué no decirlo, los estupefacientes, en su día, tampoco ayudaron demasiado. El trabajo, el estrés, las pocas horas de sueño, los cafés… Que una vez el doctor me recetó taladafilo cuando yo ya había reventado esa mina de oro y que ya sólo quedaba moderarse y quererse mucho para poder enhebrar la aguja de tanto en cuando. Por si le había quedado alguna duda le comenté que el herpes genital, señal de que he toreado bastante, florece con la ansiedad y que el cialis me acelera el corazón, dejándome angustiado. Entonces me abrazó, me dijo que me comprendía, que estuviera tranquilo, nos dimos un par de besos, luego le quité la camiseta y a los diez minutos estábamos cada uno en nuestro baño niquelando lo recién exprimido. Mientras me secaba aprecié un gesto claro de mi gata que parecía quererme decir, vaya cuento que tenéis.
(Publicado en El Imparcial el 15/03/23)

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