La marca de las chanclas

 

Mi felicidad se mide por la marca de las chanclas que quedan en mis pies cuando me descalzo, que es casi siempre. Trazos blanquecinos rodeados de color. No tomo el sol ni en general voy a la playa. Simple y llanamente no utilizo calcetines o zapatos desde ni recuerdo. Tampoco pantalón largo y ya no digamos camisa, chaqueta o corbata. Los que miden tantas cosas, casi siempre con subvenciones oficiales, se niegan a reconocer mi verdad: vivir sin calzar me genera una paz arlequinada, rebosanete de color. Soy el ídolo de mí mismo. La perturbación de los vecinos. Mis amistades, o algunas de ellas, dejan de contactarme. Ellos trabajan de sol a sol, vestidos como el resto, perfumados y afeitados. Yo no trabajo ni me peino ni sé lo que es una colonia y ni tan siquiera cuando viajo, cada vez menos, me atiborro de ellas en los dutyfree, donde sólo compruebo el precio de los vinos y divago. Tampoco me afeito, sino que cada dos o tres meses alguien me recorta la barba, tantas veces cuando ya me he quedado dormido con esa especie de babero gigante atado a mi cuello. Barbas recortadas sin escuadra ni cartabón. Como si tuviera que comenzar la mili. Nada de detallitos. Esquilado. 

 

No son pocos los estudios donde se analizan a las naciones, o mejor dicho, a las poblaciones más felices del mundo. Los resultados del Índice Mundial de la Felicidad 2022 aseguran que Finlandia es el país donde se vive con mayor contento. Le siguen, y por este orden: Dinamarca, Islandia, Suiza, Países Bajos, Luxemburgo, Suecia, Noruega, Israel y Nueva Zelanda, que alcanza la décima posición. España, con su sol perpetuo y tortillas de patatas con cebolla sin cuajar, tan cainita y quejosa, transita por la posición 29 por debajo de Rumania y por encima de Uruguay e Italia. Los países menos felices son: Botsuana, Ruanda, Zimbabue, Líbano y Afganistán, que cierra la clasificación. Pero, ¿cómo miden estos asalariados a siete mil euros la nómina sin contar dietas ni hogar ni billetes de avión ni otros pluses (son de Naciones Unidas) la felicidad de los otros?

 

Según indica el trabajo de campo, para medir la felicidad se basan en los siguientes baremos: PIB, esperanza de vida, generosidad, apoyo social, libertad y corrupción. O sea, todo la fanfarria que hace que los telediarios tengan algo que contarnos. Porque dudo mucho que alguien que viva todo el año en Helsinki y trabaje en, pongamos por caso, PricewaterhouseCoopers, sea más feliz que yo. Claro que me dirán ustedes que la muestra no sólo abarcaría, en un hipotético caso, a ese señor auditor finés y a mí. Pero yo conservo en mis pies una marca perenne que me genera el vivir en chanclas. Yo, muy a mi pesar, convivo con el sol un día sí y el otro también –bueno, aceptemos que en Bali también llueve bastante; pero una lluvia que te permite hasta bañarte con ella en el océano–. Además, mi PIB no existe: no trabajo; soy mantenido. ¿Acaso no es eso un exponente once en torno a la absoluta dicha? Sobre la esperanza de vida tengo poco que decirles: español que abusa de la dieta mediterránea que no fuma y casi no bebe ni se automedica. Lo de la generosidad, sinceramente, no lo entiendo bien. Si se refiere a la de mi novia, Indonesia debería estar en las primeras posiciones cuando no es precisamente así: puesto 87, por debajo de Libia. Claro que no todo el pueblo indonesio debe ser como mi novia. Pero sigamos. Apoyo social. ¿Qué es eso? ¿A qué se refieren? ¿Subvenciones? Pues no, yo no me llevo ninguna, la verdad. Por lo que seguramente apoye más a lo social que los que se lo llevan muerto por no hacer nada. También se mide la libertad cuando ese bien no tangible tan especulado, la mayoría de las veces, podría asociarse a mí más que a cualquier finlandés. ¿O es que en Helsinki la gente que va en chanclas, sin fondo de armario, leyendo librazos y paseando sin destino es lo habitual? Dejamos para el final la prueba de cómo los chicos y chicas de Naciones Unidas se convierten en parias ridículos. Porque también se mide la corrupción, justamente la que ellos fomentan. Pero bueno, que corrupto no lo soy seguramente porque no puedo. Como usted que me está leyendo. 

 

En realidad esa lista es estúpida. Como tantas. Medir estupideces para que al final sea el PIB más importante que las horas de sol o follar. Aunque con lo de follar voy a ser cauto: de la misma forma que el que más penetra es más feliz que el auditor de PricewaterhouseCoopers en Helsinki –sobre todo si es padre de familia; otro índice a medir por contrario a la felicidad–, los que no embocan deben padecer la mayor de las infelicidades. Y en Ruanda, a la que meten muy al final de esta lista, dudo mucho que alguien con trece años –hombre o mujer– sea virgen. 

 

Cuando la sociedad no viva estresada, levantándose a las seis para regresar a casa once horas después; cuando traer hijos al mundo no sea una carga económica abusiva, salvo si eres subsahariano; y cuando un hombre tenga el derecho a ser muy feliz sin estar empadronado en Helsinki, este tipo de listas serán inutilizadas como los empleados de Naciones Unidas convertidos en historia. Y mientras tanto, sigan corrompiéndose, porque siempre será mucho mejor dar la nota que ser parte del inmenso rebaño. Y si sus pies son blancos como la leche, pidan cita en el psicólogo. Sobre todo si éste es finlandés. 


(Publicado en El Imparcial el 08/05/23) 

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