Como los escritores no follan, o al menos, no follan entre ellos –tenga usted seguro que si así fuera ya se habría organizado en las secciones de cultural de los medios su crónica rosa correspondiente–, lo único pudoroso que les queda por mostrar son peleas contra supuestos contrincantes. Los más viejos del lugar hablan de la que mantuvieron Umbral y Pérez Reverte como yo, aunque fuera tiempo después, fui lector de la que en su día emprendieron Juan Bonilla y Juan Francisco Ferré. Pero hace un par de días llegó a mis ojos la columna con la que Alberto Olmos ejerció su derecho a salpicar contra Gonzalo Torné, que le ruego me perdone pero al menos yo no sabía de su existencia, como también debo reconocer que conozco a Olmos sólo por sus columnas y artículos, ya que no he leído libro suyo alguno.
Hechas las presentaciones, debo advertirles que aunque en mis diarios alguna vez aparezca Olmos dándome una de cal y otra de arena, es a día de hoy, y sin la menor duda, el mejor columnista cultural del reino de España. Y no sólo porque escriba bien –que lo hace–, sino por algo para mí esencial por único en ese gremio perennemente arrodillado: que sea capaz de señalar a grandes editoriales, ya sea por sus giros al infierno progre (Anagrama) o porque no corrijan lo que publican (Random House). Por si alguno cree que esta columna que están leyendo sobre, entre otros, Alberto Olmos, es una sesión hagiográfica hacia su persona, afearle a éste no sólo que Torné le llame peluchín, sino que el apodo defectuoso provenga de su afición a quedar y reseñar –¡incluso supuestas obras de teatro!– a Luna Miguel, creadora del mote inicial: peluche. Porque las únicas citas entre reseñistas y escritores, en este caso escritora, las entendería en el catre y, sobre todo, en el juzgado. Y todo lo demás, o es corrupción o banalidad.
Todo esto que les estoy contando tiene que ver con la columna aparecida hace unos días en Zenda titulada Algo ridículo con lo que poder hacer un artículo y firmada por el segoviano afincado en Madrid Alberto Olmos, donde se abre nuevamente la caja de pandora entre dos escritores que la emprenden a golpes en el ring. Al parecer todo comenzó de la peor manera: con tuits; Torné, el homenajeado en la citada columna, insultaba a Alberto, incluso llamándole facha, que a día de hoy creo que es el menos peculiar de los insultos si proviene de la boca de un ciudadano español, sobre todo si este es natural de Barcelona, como es su caso. La respuesta a todo esto de Olmos, sublime, tenga o no razón, ya que exhibe un arte prosístico directamente proporcional al que señala por escaso en las obras de Torné. La construcción de la hostia, recalco, fue sobresaliente y desconozco si Torné contestará o solamente dejará fijo en su Twitter –seguimos con los infantilismos– uno en donde un excompañero de la sección de cultura de El Confidencial, otro medio donde trabaja Olmos, halagaba a una novela de éste como si fuera la gran novela americana. Aquello lo firmó hace siete años y medio Daniel Arjona, que en el fondo recibe otro soberano sopapo, algo soslayado, sin estar siquiera de público en el ring. ¿Tendrá Arjona, por lo tanto, algo que añadir?
En el trasquilón a la carrera de Torné existen dos molestias para mis ojos. La primera, que Olmos comience su prédica contándonos asuntos familiares terribles que aún no sé a cuento de qué venían y, por ir más al fondo, que creo que llama gilipollas –o algo parecido– a los amigos del citado, se supone que amigos literarios, lo cual me lleva a preguntarme cómo es posible que todos lo sean y, sobre todo, que los conozca tanto como para calificarles así. Y ya puestos, me encantaría saber sus nombres y apellidos: para que la mecha se extienda y siga pasando mis tardes entregadas a la filosofía –por mucho que Olmos la desprecie– y a la crónica rosa literaria, la cual comienza a apasionarme. Ojalá decenas de escritores involucrados, todos convirtiendo sus ataques en columnas, para que el año que viene salga el libro conmemorativo que las recoja todas. Corregido, claro está, por del departamento de edición de Anagrama.
Aunque yo creo que el mayor desnudo al que Olmos expone a Torné es cuando enlaza a otro artículo –en este caso reportaje– donde se indican el número de ejemplares que venden algunos escritores, entre los que aparece él, que al parecer por una novela editada por Anagrama –evidentemente no era cuando la llevaba Herralde–, reseñada a más no poder y posiblemente hasta premiada, y donde incluso en el faldón la halagaba Ignacio Echevarría, que debe también ser muy importante en todo esto de la literatura en España, decía que con todos esos empujones, sólo había alcanzado el millar de ejemplares vendidos, justificando Olmos las razones en dos: la lamentable prosa de Gonzalo, y que la realidad de ser publicado en esa editorial tenga sólo que ver con que la editora que sustituyó a Herralde es su amiga. Y 15.000 euros le dio esa amiga de adelanto –¡y yo hasta hace poco dirigiendo cocinas en Asia y África!–, por lo que según el columnista la editorial se comió 13.000. ¿Y de eso quién se hace cargo en Hacienda a la hora de explicarlo?
Me ha dolido un poco que Olmos sacara a luz varios emails que se cruzaron ambos hace ya –al parecer gozaron de años de felicidad y respeto mutuo–, en donde Torné le pedía que reseñara alguna novela suya y en donde halagaba un antiguo blog literario del aún no columnista de El Confidencial y Zenda. Yo creo que aquí a Olmos le ha faltado comentar que, desde su púlpito –porque Olmos lleva años subido a él: maneja columnas y artículos esenciales y diferentes en medios reconocidos–, debe recibir miles de todo: de libros gratis o de intentos de envío, de ofrecimientos cercanos a la corrupción, de peticiones que podrían ser hasta a cambio de sesiones sexuales… Pero Olmos debe saber que somos miles –o todos, en realidad– los que escribimos soñando con que tipos como él presten atención a los libros que nos publican. Y no por ello esto quiere decir que yo admire o sienta algo por el reseñista, se llame este Olmos, Echevarría o como ustedes elijan, ya que lo único que necesito es que me reseñen o entrevisten, a fin de cuentas, que hablen de mi libro o de mí. Sé que Alberto es padre de familia –lo mejor que le puede ocurrir a un hombre: tener hijos, lo repite como un mantra–; pero todos esos que nos ofrecemos a cualquiera que escriba en prensa sobre nuestros libros, en realidad, estamos homenajeando a la profesión más antigua del mundo. Haríamos lo que estuviera en nuestras manos –y bocas– por ver nuestras obras jaleadas en opiniones como la suya. Nada más. Y nada menos.
Recuerdo un ataque furibundo –otro– de Alberto Olmos contra Roberto Bolaño. De ahí me quedó la duda que por qué si el atacado no podía defenderse: había fallecido hacía años. ¿O es que la arremetida iba dirigida hacia sus fieles seguidores? Y conste en acta que yo jamás he leído a Bolaño como sí que me hice con ejemplares de Los detectives salvajes y 2666 de segunda mano hace unos años para no darle un duro a la viuda del susodicho que tuvo la bochornosa idea de cambiar de editorial toda la obra de su marido sólo por venganza. Y precisamente por eso, yo ya le he dicho a mi pareja que cuando me muera podrá quedarse con todas mis regalías, pero que ante notario dictaré sentencia para que jamás se encapriche con otra editorial que no sea Sr. Scott, donde por cierto te enmiendan las erratas y te editan portadas maravillosas incluso sin que tengas que ser amigo del jefe. Y de lo de tener o no amante, prefiero dejarlo en un limbo. Aunque con los años, ya todo mejor a cubierto.
Después de todo esto que les cuento, dan ganas de leer a Gonzalo Torné. Aunque sea en una réplica a Olmos, que no sea, por favor, otro tuit. Y ya por pedir, que los próximos –en este caso las próximas–, que se abofeteen –o estamos con los nuevos tiempos o no estamos–, sean Luna Miguel y Cristina Morales. Ojalá, Val del Omar. Y en streaming.
(Publicado en El Imparcial el 05/06/23)

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