Lesiones

 

Uno se hace mayor de manera impepinable. Y ya se nota en muchos detalles. En demasiados, diría yo. Duermo más horas sin esfuerzo alguno, tardo más tiempo en hacer las cosas, me enfurezco con mayor facilidad, mi cabeza se distorsiona si me salgo del carril de lo habitual, y si trato de hacer deporte, o al menos caminar kilómetros que es lo único que más o menos se adapta a mis psicopatías, empleo más tiempo en recorrerlos que hace sólo un par de años cuando ahora siempre acabo con el corazón en la boca y tembleques generales.

 

El mayor piropo que he recibido desde que pasé la cuarentena fue de mi fisioterapeuta en Barcelona. De igual manera que los gordos se destrozan en los gimnasios buscando cuerpos esculturales que difícilmente alcanzarán, tú estás destruyendo tu cuerpo fibroso haciendo nada, me soltó sin respirar. Aquello me llegó al alma. Pero incluso así sigo prácticamente sin hacer nada. 

 

Llevaba días, mejor dicho meses, planteándome hacer algún tipo de deporte. Pensé en comprarme una máquina de remo –como la de los gimnasios– para traérmela a casa, ya que los que participan de esos negocios enclaustrados me parecen tipos peligrosos: tanta gente musculándose y mirándote sin saber bien si quieren pedirte el WhatsApp o agredirte. Los gimnasios como las discotecas bien entrada la madrugada. Y con casi todos sudando. Algunos gimiendo. Mucha tensión y algunas arritmias. No me va, la verdad. 

 

Sea como fuere, el otro día me senté en la taza del váter sin intenciones fisiológicas. Simplemente recordé que sigo fabricando espermatozoides y que sólo por pudor personal debería ir renovándolos de tanto en cuanto. Como no gasto espejos el ridículo fue, en parte, invisible. Y qué difícil es concentrarse sin porno, por esta gracia libertaria-escritora en la que me encuentro, empotrado en medio de la jungla, sin internet y ya sin deseos libinidosos. Pero bueno, más que nada por finalizar lo comenzado, terminé, a través de un ruidito gutural mientras ambas piernas se estremecían, aunque fuera por escasos segundos. Pero mira tú por dónde que sentí en la extremidad derecha, a la altura del pubis, un crujido o tirón. Algo muscular. Al no ser el corazón me quedé más tranquilo. Que ya puestos, hasta podía haber muerto de un infarto en condiciones aún mucho más penosas que David Carradine. 

 

Salí del baño a la pata coja haciéndome el lesionado. Tanto fútbol confunde. Creo que incluso en el ajetreo pedí amarilla. Fueron minutos dubitativos que culminaron tras la ducha de rigor: no es que no esté en forma, es que soy un cadáver con vida, que como mucho se mueve de la cama al sofá para leer durante ocho horas y del sofá a la silla para escribir durante una. Soy la necrosis con DNI. Si me viera mi fisio me ingresaba.

 

A partir de ahí tomé la decisión: comenzaré, de nuevo, a caminar sobre prados verdes –que aquí lo son todos– como mínimo durante cuatro o cinco kilómetros, para que al menos pueda subir escaleras sin pensar que estoy ascendiendo el Tourmalet con los orificios nasales taponados.

 

Coincide en el tiempo que un amigo que conocí en China se dedica ahora al porno. Como productor. Es lo que ocurre cuando hace años que no sabes de alguien. Que cuando buscas y preguntas te puedes llevar sorpresas. Broma arriba broma abajo, me dijo que si quería participar en algún rodaje; que me lo pensara. De momia –le dije–. Y hazme contrato que al segundo día pillaré la baja si es que no me rompo los ligamentos de la rodilla durante el calentamiento. Tanto fútbol visionado para acabar peor que las mismas estrellas. 


(Publicado en El Imparcial el 10/07/23)

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