Sin tener certezas absolutas, uno detecta que en épocas pretéritas a los esclavos los trataban exactamente de esa forma pero que los mismos que así eran tratados no se andaban con dudas: eran lo que representaban y así se sentían atendidos. Esto tiene que ver con la actualidad monda lironda, donde tengo que soportar día sí y día también a niñatos que han formado familias, a otros que aún no, y a algunos que las defenestran, contarnos qué listos son y preparados están sólo por haber dado con sus huesos en este planeta. Según la política, a la que luego sacaré a relucir, jamás hemos tenido una generación más preparada, cuando para nada, además de la derrota que me produce escuchar frases hechas que no quieren siquiera calumniar a la historia, sino mejorar al triste presente, que si lo olisqueas de manera superficial, huele a empeoramiento, que para nada a empoderamiento.
Comenzaba citando a los esclavos porque ahora, en 2024, la inmensa mayoría de la población mundial o ignora o acepta que la mientan cada día y a cada rato: desde, como les decía la clase política –da igual que sea Sánchez que el otro o el de la moto–, pasando por las publicidades a cada segundo, los bancos donde tienes que pagar por dejarles tu dinero, los que dicen vender productos ecológicos –porque ya todo es ecológico, natural–, la bicicleta que nunca se rompe cuando los mecánicos siguen cotizando o el dentífrico que dice blanquear los dientes a la tercera semana, que es cuando sale un estudio que refleja varios casos de cáncer de encías por utilizar semejante producto.
La sociedad vive (vivimos) en una completa mentira. Y lo que es peor es que nadie se rebela contra ambos asuntos: esa sociedad muy mejorable y la mentira que si antes sólo nos arropaba ahora nos maniata. Si nos quedan yogures en la nevera y hemos colocado en cada cuarto de casa una tele nos damos por satisfechos. Los nuevos ateos se vanaglorian de su inteligencia por creer que Dios no existe y que las religiones –sobre todo la nuestra– son una engañifa cuando ahora siguen los partes meteorológicos de los noticieros que jamás nos cuentan la verdad con el bozal puesto no fuera a ser que la autoridad nos llegara a multar. Porque en 2024 no existe atisbo de libertad, que es curiosamente cuando más democracias ejercen. Para empezar, nos tienen a todos geolocalizados, como si fuéramos linces ibéricos en vías de extinción. Ya no se puede ni matar en paz si tenías el móvil conectado. Y el que dice matar dice salir a la calle a comprar pescado fresco.
Nos han educado en lo antibélico, lo cual está muy bien salvo cuando la única salida es una revolución integral. Nos da miedo la sangre, y polarizados desde casa, ya sabemos antes que nadie quién lleva la razón y quién no, los cuales, en este último caso, y por supuestísimo, nunca somos nosotros. Nadie entona el mea culpa, no fuera a ser que la catástrofe psicológica se cebara con sus cabecitas. Y luego, claro está, a por la indemnización, tantas veces el ansiolítico patrocinado.
Vivimos mentidos y nos sentimos realizados. Claro que, ¿cómo no nos vamos a mentir a la perfección si nos han contado, por tierra, mar y aire, que somos la generación más preparada de la historia, aunque no sepamos leer un simple texto y mucho menos escribir una carta? Pero… ¿para qué saber leer si podemos escuchar? Suficiente. Nos quitan los sentidos mientras continuamos sonriendo.
Y como vivimos mentidos, el mentir no nos hace desfallecer ni llegar a la cama a descansar con remordimiento alguno. Cuando mi amigo Robert, de Oklahoma, me contestó a mi deseo de comer juntos unos días después con un claro y rotundo, “es que no me apetece, prefiero quedarme en casa”, me di cuenta que acababa de toparme con un hombre libre que no simuló su respuesta como hace el 99’99% de la sociedad: aquella que viste igual, come lo mismo, y lo que es peor: habla de las mismas chuminadas todo el tiempo. Porque hoy la nueva dictadura es ser rojo o facha, blanco o negro, o sea, nos han agrandado la posibilidad de ser, pero sólo podemos elegir entre dos opciones, las únicas disponibles. No se acepta que no seas de ninguna de ellas. En todo caso, serías tildado de loco. Y los locos, desde siempre, están fuera del sistema. Afortunadamente.
En realidad, yo creo que los Reyes Magos nos los meten a los seis años para irnos entrenando. Lo calamitoso es que, aunque sí sabemos que los reyes son los padres, hasta la muerte y más allá sigamos aceptando vivir en esta farsa monumental donde no son pocos los que se sienten realizados, e incluso, identificados. Porque con pagar un piso al banco, disponer de un coche, y de algunos días libres al mes para ir al centro comercial, la sociedad que hace siglo y medio decía Nietzsche que estaba acabada se siente a día de hoy no ya realizada, sino hasta armonizada.
Como decía Friedrich, somos el último hombre, porque después de aquí descenderemos de categoría. Y será difícil, por no decir que harto imposible, salir de este agujero negro.
(Publicado en El Imparcial el 16/01/24)

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