Y tras mostrarnos al mundo, camino Las Llanas (Unionistas 1–FC Barcelona 3)


No voy a mentirles: se me hace muy cuesta arriba visionar partidos bien entrada la madrugada del sudeste asiático, cuando la edad ahora me indica que hay que acostarse a las diez y media y levantarse a eso de las cinco. Por lo que, a las cuatro de la madrugada, que es cuando regresé a mi hotel de Phnom Penh a escribir esta crónica, me di cuenta de que me iba a resultar imposible, y que, además, acabo de llegar a la ciudad jemer de Koh Kong, fronteriza con Tailandia adonde mañana regreso, tras seis horas de durísimo viaje por carreteras mucho más que cochambrosas, mejor dicho, peligrosas. Y sí, camino del día después os voy a contar lo de ayer y todo lo que vendrá después.

 

En Phnom Penh, y en su zona más moderna, estuve buscando por la tarde uno de esos bares con tropecientas pantallas donde puedes visionar, y a la vez, futbol coreano, boxeo, saltos de esquí, vóley playa, más fútbol en diferido, además de partidas de billar con tipos vestidos como si fueran a casarse. Los dos primeros que encontré, por haber sido ayer día de semana, me confirmaron que cerrarían sus puertas tras la medianoche. Por lo tanto, me veía de nuevo arropado por meretrices en bares de luces rojas. Pero no, esta vez no. Ya que a la tercera fue la vencida, y el Captain’s iba a ser el espacio donde poder degustar a mi Unionistas contra todo un FC Barcelona. Y como para chulo yo, lo primero que hice fue decirle al encargado que a eso de la una y media juega Unionistas, ¿podría sintonizarlo? Y el muchacho, que presumía de conocer el fútbol europeo al dedillo, se puso colorado, como diciendo, ¿de quién cojones me está hablando este extraño calvo con melenas? Lo fácil hubiera sido decirle, hoy juega el Barça y quiero verlos, pero no. Quise que supiera que me daba igual el rival. Que yo al que quería ver era a Unionistas. Por lo que acabé escribiendo en una servilleta Unionistas de Salamanca, por el placer de verle teclear en su portátil el nombre de la próxima referencia mundial no sólo de fútbol popular, y quién sabe, si hubiéramos ganado habríamos sido hasta el nuevo equipo español de, por ejemplo, ese camboyano encargado del Captain’s, deseoso de ídolos de nueva hornada. Porque se hace difícil entender la cantidad de propaganda a presión que le metí en su engominada cabeza. 

 

–Pues no los conozco.

 

–Los conocerás… En dos años a Primera. Somos el ejemplo de toda España. Presupuesto bajo, deuda cero, cantera brillante y afición entregada. 

 

–¿Y juega alguien famoso?

 

–Sí, muchos. El más conocido es Ramiro Mayor. Central con experiencia en Rusia y la liga italiana. Internacional por España. ¿Sabías que es el defensa central que más goles mete como delantero centro desde los tiempos de Alexanco?

 

–Y qué decías, ¿qué tú eres uno de los dueños de Unionistas?

 

–Exactamente. Somos 4.800 dueños. Cada socio, un voto. Ahora que se acaba la democracia en España, en Unionistas somos el ejemplo a seguir. Y bueno, que el estadio se nos ha quedado pequeño. Cada temporada hay que ampliar. 

 

Y mientras yo le contestaba con sueños y leyendas, él seguía dándole al control remoto, hasta que dijo, aquí lo tengo. Y yo me volví al hotel a ver pasar el tiempo, con esa duda eterna de ponerme a dormir un poco, que al final siempre desecho para ponerme a tomar unas cervezas, luego un par de vinos, para a una hora del comienzo de la eliminatoria, empezar a bostezar para salir corriendo a mi Captain’s antes de caer rendido. Eran las doce y media, y mientras la mayoría de la sociedad camboyana se recogía o directamente roncaba, yo salía envuelto en un traje de ilusión desmedida: ganaríamos cuatro a cero para dejar al Alcornocazo en pasado ya muy lejano. 

 

Pero la primera hostia llegaría rápido. Allí nadie era capaz de sintonizar el partido. Y mientras comenzaba con el güisqui nipón, tomé la decisión adecuada: aunque no lo encuentren yo ya de aquí no me muevo. Noche en Phnom Penh, que no es sinónimo de máxima seguridad, sobre todo si llevas un portátil donde ir tomando notas y varias dosis de alcohol que te dejan más indispuesto ante el atraco. 

 

–Aún faltan cuarenta y cinco minutos. Luego lo busco otra vez –me dijo, dubitativo. 

 

Y en la tensa espera, descubrí entre tantas pantallas que repetían un Real Madrid–Osasuna, que podía visionar sin descanso gimnasia rítmica –y, además, masculina–, un torneo de billar con público aplaudiendo los mejores golpes –o como se diga–, y lo único que había atraído a un par de negros: el directo del Costa de Marfil–Nigeria. Ellos, cómo no, eran nigerianos preocupándose por su selección de fútbol a la par de por sus blancos clientes.  

 

Y el partido comenzó. Traté de sintonizar a Key pero en Twitter –o X– se oía tan confuso que tuve que traicionarle con Radio Marca. Y desde allí lo primero que hice fue saltar pensando que Losada la había embocado antes del primer minuto. Pero no. Según me dicen mis duendes la próxima en las Llanas sí que la romperá contra las redes; en este caso por dentro. 


Todo sonaba tan bien que cuando cantaban el gol en el Reina Sofía yo ya sabía que había sido de Unionistas: los locutores exageran cuando es el pobre el exitoso. Y vaya golazo, por Dios, de Álvaro Gómez, un tipo al que he visto pasarlo mal contra equipos peores que el nuestro en Primera Federación, pero que ayer descosió la portería del Barça tras el gran centro de Serrano, al que defendían dos, cuando en el área pequeña estaba sólo el salmantino, como si el rival hubiera sido el cadete B del Diocesanos de Ávila. 

 

Y sinceramente, si se le puede poner un solo debe al equipo fue no haber dejado a un par de jugadores atrás en ese último córner de la primera parte, donde dio comienzo el vertiginoso contragolpe blaugrana; que así nos las mete el Barça: contragolpeando, y con Ferrán Torres haciendo gestos infantiles ante seis mil pico seguidores de un equipo, aún, de Primera Federación. 

 

Y la segunda parte se definió porque el Barça tiene tanta calidad individual que es normal que te metan los dos golazos que nos metieron, sin que en nada tuvieran que participar el resto de sus compañeros, ni tácticas ni mandangas. 

 

¿Qué habría pasado si Losada hubiera metido aquella primera ocasión? ¿Y si ese último saque de esquina de la primera mitad no hubiera traído un gol en contra, el del empate? Sea como fuere, camboyanos y nigerianos me iban preguntando, curiosos, si seguía ganando Unionistas o empatábamos. Porque ya hay gente en todo el mundo que sabe que somos únicos, y mientras no desaparezcamos, irrepetibles e inconfundibles. 

 

Ya desde Koh Kong, que parece ser que su nombre oficial es Khemarak Phoumin, escribiendo estos párrafos que me ha exigido el escritor Manu Gálvez –tienes que escribir algo sobre el partido, la gente y el equipo lo merecen–, mareado por el trajín del microbús, quiero decir que me ha apenado comprobar que no estábamos en el sorteo de Cuartos de Final, por lo mal acostumbrado que me tiene este equipo milagroso nacido como homenaje a la tristemente desaparecida UD Salamanca. Y eso sí, ojalá ganemos el domingo en Las Llanas, donde salir victorioso tendría una función elementalmente positiva para que la zona baja nos quedara lejos y la de playoff se convirtiera en el nuevo sueño tras lo de ayer noche, con un público tan entregado y numeroso que barrunto que a Sestao vayan unos cuantos. 

 

Y que Ramiro Mayor no se moleste por haberle exagerado el currículum: en Camboya ya hay personas que hablan de él. Como de Unionistas. 

 

P.D: La foto que acompaña este texto es propiedad de Javier Sánchez Cascón. 

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