Puticlub, a octavos y ahora el Barça (Unionistas 1–Villarreal 1, p.p. 7-6)


Esta crónica no me va a resultar fácil de escribir. Ayer, a esta misma hora, trataba de buscar la manera de caer rendido en la cama tras días de viajes y falta de descanso. Luego llegó el partido, el gol del Villarreal, nuestro empate y la falta de lealtad con la verdad de Marcelino y el Villarreal por ocultar su única razón para ayer noche no haber querido seguir jugando la prórroga: descansar y evitar que el Reina siguiera siendo otra caldera a las cuatro y media de la tarde cuando se dice que hasta propusieron jugar por la mañana. Y hoy no está de más recordar que a Marcelino, que lo negaba todo, lo echó el mismo Villarreal en 2016 por juego muy sucio: hasta su presidente reconoció que ocurrieron cosas muy raras en la última jornada del campeonato que recientemente había finalizado, donde el Villarreal, clasificado para la Champions, perdió contra todo pronóstico ofreciendo una paupérrima imagen ante el Sporting de sus amores –Marcelino se declara sportinguista y en la previa reconoció que quería que el Sporting se salvara– convirtiendo en quejas absolutas, casi demandas, los descensos del Getafe y el Rayo a costa de los asturianos, casi desahuciados antes del partido.

 

Pero volvamos a lo nuestro. De todas formas, yo ayer en mi madrugada laosiana, caí dormido. O sea: si hubiera habido prórroga y penaltis no habría sabido ni qué escribir ni cuándo ni cómo. Pero hoy, mientras cruzaba la frontera tailandesa desde Laos, me di cuenta que iba a ser la primera persona de la historia de la humanidad que iba a escribir una crónica de un partido de fútbol radiado o visionado desde dos países. Incluso con el impedimento de haber leído, entre medias, tantas declaraciones de tantos políticos: los que sólo se asoman cuando hay beneficio de por medio, o sea, televisión, publicidad, y acuden a los palcos sonrientes, buscando votos y perdones, emperifollados e interesados. 

 

Y entonces llegué a Udon Thani, la ciudad desde donde ahora mismo escribo. Y lo primero que hice tras alojarme en mi hotel fue buscar desesperadamente un lugar donde emitieran la prórroga. La cosa no iba a ser fácil porque ni Tailandia es el país más futbolero del mundo ni en los pubs irlandeses o británicos, que siempre los encuentras, sabían a ciencia cierta dónde sintonizar un encuentro de hora compleja (cuatro y media de la tarde), día inusual (lunes) y tiempo de duración inequívocamente sospechoso (media hora). Pero finalmente encontré el lugar: un puticlub. 

 

Allí lo primero que hice tras pedir el wifi fue beber. Porque en este tipo de negocios si al menos no bebes te echan a patadas. Y tampoco estaba la cosa como para echarme novia postiza. Así que disimule mi nulidad en intenciones sexuales para beber y que al menos hicieran caja. Varias cervezas. Esto ayudó a que sintonizaran el encuentro o, mejor dicho, el resto del mismo. Y yo saltando con las ocasiones marradas, cuando tras el penalti lanzado al limbo de Femenía grité tanto que casi me echan del bar de chicas. Que habría sido más difícil explicarlo: uno que asume que el fútbol popular como algo propio en medio de una región perdida tailandesa donde lo más redondo que han visto en su vida ha sido una sandía.

 

Pero para no parecer un tipo interesado y corregirme ante tanto aspaviento y griterío, tras el pitido final me quedé en silencio en la barra, preparando esta crónica, hasta que comenzó el sorteo de octavos, que cuando salió la bola del Barça pegué otro grito, el mismo que seguramente habrá soltado Xavi a sabiendas de su sospecha: si ayer el Barbastro les metió dos, ¿cuánto no les meteremos nosotros?

 

Sea como fuere, e incluso jugando un lunes invernal a las cuatro y media de la tarde, Franz Beckenbauer, que en paz descanse, ha tratado, sin saberlo, de eclipsar nuestro éxito. Que ni pasando a octavos un lunes sin otro fútbol que el nuestro el Marca nos ha dado la noticia principal de la portada. Que ya podía haberse muerto mañana. Y que descanse en paz, otra vez. 

 

Y otra cosa: acabo de regresar al hotel; porque si en menos de doce horas he cambiado de país, visto como eliminábamos a Unionistas y que nos ha tocado en octavos el Barcelona –recordando que los dos últimos episodios acontecieron dentro de un club de alterne–, ¿qué más asuntos podrían haberme ocurrido si hubiera pedido otro par de cervezas, siquiera una? No sé… ¿que Carbayo aprobara las mejoras correspondientes, además del aumento del graderío, del Reina Sofía?

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