Síndrome de la clase turista


Es otra mentira y, sobre todo, una exageración sostenida en el tiempo que, por el arraigo en los cerebros de la multitud, acaba convirtiéndose en enfermedad absoluta. Porque llevo décadas escuchando eso de que hay que moverse en los aviones para que no te dé una trombosis y mueras recogiendo las maletas, si es que no te las han perdido. De hecho, se ha convertido en habitual el caminar y hacer ejercicios mínimos en los pasillos de los aviones cada vez que el trayecto es largo y la gente sigue a los medios de desinformación como si te amenazaran con escribirte el obituario. Yo creo que, si aún no han preparado en la aeronave un pasillo subterráneo donde, tras alquilar el chándal y las mallas a precio de oro, echarse a correr mientras sobrevuelas Jordania, es porque lo del síndrome de la clase turista es otra paparrucha, como diría Montano. 

 

Todo esto lo digo, y con toda la chulería, por los más de cuatrocientos vuelos que he cogido y donde las únicas trombosis las he padecido en el cerebro por esos asientos cada vez más juntos y la claustrofobia que me genera vivir encerrado. Y claro que moverse es bueno. Por eso follando nos sentimos bien. 

 

Pero yo ayer me monté en un microbús para enanos en un trayecto infernal de ocho horas por carreteras de tierra. Ocho horas donde mis rodillas casi se pronuncian en perfecto español: sácame de aquí, asesino. Porque aquello sí que era de trombosis. Y nadie jamás ha hablado de la verdadera realidad de la clase, no ya turista, sino pobre, paupérrima, que recorre países enteros a lomos de medios de transporte entre obsoletos e ilegales, y a los que nadie espera en la parada de la estación con el fonendoscopio para saber si es trombosis, ictus o ya llegaron rigor mortis.

 

En el fondo viajar en avión, aunque se cuelen cada vez más desarrapados con billetes legales, es de pijos. Y las enfermedades que este medio de transporte produce deben ser típicas de pijos. Ahora, lo que me sigue sorprendiendo es que en la estadística de problemas físico-mentales creados durante un viaje aún nadie haya evaluado los males que genera viajar en microbús, por ejemplo, de Phnom Penh hasta la ciudad fronteriza de Khemara Phoumim. Que a la llegada a destino allí todos salimos por nuestro propio pie, como si nada, cuando por los alrededores no había ni médicos ni ambulancias. 

 

Y si Rafa Nadal algún día desea asegurar su retirada, que tome ese microbús. 


(Publicado en El Imparcial el 30/01/24)

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