No debería ser el medidor más correcto pero seguro que no debe de andar demasiado lejos. Y por supuesto, la deducción que ahora mismo van a leer tendrá mucha más base legal que los datos de audiencia del EGM de los últimos treinta años. Porque yo lo que quiero es hablarles de cómo se escribe. Y no, esta columna no será tampoco literaria: no buscaremos al nuevo autor merecedor del Nobel, sino que vamos a ir a los orígenes de la escritura, a lo básico. ¿La población que escribe en español sabe de lo que escribe?
Otro día entraremos en la ortografía, entre oxidada y perdida gracias a las nuevas tecnologías. Pero hoy, repito, nos centraremos en cómo escribe la población que lo hace en lengua española. Y para sacar conclusiones llevo analizando las entradas que una comunidad en particular –la de españoles y latinos residentes en Tailandia– emite a diario en su página de Facebook.
Pongo por adelantado que a mí me enseñó a escribir mi madre. Antes de ir al colegio, concretamente a párvulos. Eso, ya les aclaro, no representa el que yo sea superdotado, ya que ni siquiera acabé el bachillerato. Pero yo sí sabía leer y escribir antes de pertenecer al sistema educativo español. Luego está lo de ser escritor, pero eso llega mucho más adelante, en base a cientos de libros leídos e ilusiones que no se quedaron en el tintero, como sí le pasa a la inmensa mayoría. Pero ese es otro tema. Por lo que centrémonos en los anteriormente anunciado.
En mi último trabajo en Cabo Verde a bordo de una multinacional estadounidense dos de mis ayudantes tenían serios problemas para, simplemente, poder escribir correos electrónicos en inglés, necesarios en el día a día laboral. Y es curioso, porque para manejar esa capacidad no necesitas conocer la lengua de Shakespeare, sino la tuya, y acudir a un buen traductor en internet, que los hay y gratuitos. Luego, si también dominas el inglés, mejor que mejor. Pero aquellos tipos, uno argentino y el otro español, me enviaban en inglés unas frases sin sentido alguno. ¿Y cómo era posible si utilizaban el mejor traductor de balde que se encuentra en la red? Pues muy fácil: porque eran incapaces de escribir correctamente en español. O dicho de un modo más concreto: porque no sabían escribir en su propia lengua materna.
Entre los españoles y latinos en Tailandia, y los que quieren acudir al antiguo imperio siamés desde cualquier nación que hable español, ocurre algo parecido. Postean en ese grupo de Facebook comentarios del tipo: deseo mudarme a Bangkok, cómo podría sacarme una visa en Tailandia, qué isla es mejor para vacacionar, dónde podría conseguir un apartamento barato en la ciudad de Khon Kaen, cómo saber si la época de lluvias podría arruinar mi viaje de bodas.
En realidad, en la práctica totalidad de los mensajes se aprecia como principal defecto el que jamás se abran con sus correspondientes signos las preguntas y las exclamaciones. Ese problema ya es general y se ha hecho crónico hasta en escritores consagrados que cabalgan por Twitter sin herradura. Luego está la gracia de escribir el topónimo Tailandia en un inglés castellanizado, Thailandia. También los hay –casi todos– que en medio de frases asumen el emoticono y otro tipo de infantilismos como no ya algo decorativo, sino absolutamente necesario. Por ejemplo, se suprime la palabra coche y se coloca el dibujito de un rojo. ¿Lenguaje de signos en pleno siglo XXI? ¡Claro que sí!
Del vocativo ya ni hablamos. Pero analizando esta frase, que escribo textual: “Buenas alguien vive en koh samui o alrededores con niños necesito recomendaciones de colegios gracias”, podrán comprobar que: ni comas, ni puntos, ni dos puntos, ni mayúsculas. Da todo igual. Como a aquella muchacha que inició uno de sus posts con el novedoso: “Hola guapos/guapas/guapes y luego continuó a pelo con un voy a estar pululando… generándose una nueva verdad: lo que los políticos nos dictan es mucho más importante que lo aprendido en la escuela. Porque sin querer centrarme en machacar ahora mismo al término guapes –principalmente vomitivo y odioso–, luego comienza la frase sin necesidad de los dos puntos anteriores y en minúscula. Y como les vengo diciendo que, a la hora de escribir –¡e incluso en público!– da todo igual, un tipo dejaba su modélica petición: “Amigos, que banco recomiendan utilizar en Thailandia”, obviando la tilde en qué y que, de nuevo, mezclamos lo inglés con lo castizo para crear el tan horrendo como ilegal término Thailandia.
Sea como fuere, lo decisivo, o eso quiero pensar, es que el 95% de los que allí exponen sus ideas –o buscan ayuda– lo hacen destrozando la lengua española y sus reglas de ortografía. Y recalco: esa página de Facebook es similar a otras así como a demasiados grupos de WhatsApp que tropiezan con las mismas piedras. Por eso, cuando leo en los medios subvencionados que “aún hay un 33% de españoles que no lee nunca un libro” me pregunto si no serán, en realidad, un 73%, porque me parece incoherente que alguien que lee cometa tantas faltas de ortografía. Que no he querido entrar en las clásicas: b por v, con hache o sin hache, y asuntos parecidos.
Me impresiona la incapacidad general para comunicarse de forma básica. Es como si los perros perdieran su instinto a la hora de saber los unos de los otros. Que los pájaros dejaran de gorjear y que los monos se convirtieran en seres autistas. Necesitamos ya al ultrahombre de Nietzsche. Que se acabe de una vez por todas toda esta decadencia sin fin.
(Publicado en El Imparcial el 19/03/24)

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