Si algo faculta a los aficionados a un equipo es que, incluso es sus peores momentos, mantendremos la fe. Y Unionistas es eso. Un equipo que se sale de la tangente, con escaso presupuesto, siempre a la espera de los descartes de otros clubes, de dar minutos a los jóvenes sin sitio en las plantillas profesionales. Sinceramente, Unionistas es un amor. Algo inconmensurable. Y, además, democrático. O incluso, mucho más democrático que los propios países que alardean de sus sistemas de voto cada cuatro años y demás monsergas.
Pero eso es el ADN. Y otra cosa el tener facultades para comentar la desastrosa actuación de Unionistas ayer en Riazor, en un partido que, de haberse ganado, habría valido para, de nuevo, habernos metido en la terna de posibles para el ansiado playoff a Segunda División. Y sí, nos sigue quedando la posibilidad de clasificarnos para la Copa del Rey cuando la única verdad es que desde los desplazamientos a Ponferrada y León venimos jugando partidos de mierda. Y disculpen la palabra. Pero tanto lo de la semana pasada contra la SD Logroñés como lo de ayer en La Coruña fue una boñiga, o una inmundicia para los que amamos los milagros.
No voy a contarles que llevaba dos días entre aviones, autobuses, trenes y barcos atravesando Malasia tras haber volado desde Bali para llegar al sur de Tailandia, concretamente a una isla. Y que ayer, en medio de la locura de casi no saber dónde estaba, me puse a visionar en mi móvil el encuentro mientras degustaba una cerveza nipona a las puertas de un supermercado consumiendo pinchos de calamar a la plancha. Fue en Surat Thani. Y yo habría deseado, en su casi medianoche, gritar un gol. O al menos una ocasión.
Pero lo que ocurrió fue que, de nuevo, sufrí como los cornudos al ver que mi equipo no eras capaz, siquiera, de traspasar el centro del campo, completamente sometido por un equipo, el coruñés que, aunque dominara fue incapaz durante todo el encuentro de generar ocasiones claras, salvo el gol, un poco de rebote, y tras el mismo, un par de paradas antológicas de la sombra de Cacharrón, la cual se hace cada vez más alargada.
Y sí, jugábamos contra el mayor presupuesto de los dos grupos, ante 30.000 enfervorizados espectadores, ante una plantilla de otra categoría que lleva meses sin perder hasta haberse convertido en el máximo aspirante al ascenso… pero al final, aunque fueran mejores, nosotros fuimos inútiles. Incomprensibles. Timoratos. Y que no les quepa la menor duda, repito: ellos presionaron muy bien pero fueron, a su vez, inanes en la definición. O, dicho de otro modo: ayer llegamos a jugar como en casa del Barça Athlètic y podríamos haber ganado, al menos haber hecho acto de presencia.
Me duele ser irreconocible. Me suele no ser Unionistas. Y aunque la temporada en cuanto a puntos no esté siendo mala, si restáramos la locura de la Copa del Rey y sus aledaños, el año sería muy mejorable. Baste decir que Slavy, aunque suene a exageración, hizo más en la ocasión en donde se ayudó de su mano, que Etxaniz y Losada han visto portería en los últimos tres meses y, sobre todo, si lo dividimos por minutos jugados.
La próxima semana si ganamos al Barça B otra vez pensaremos en la Copa del Rey, y hasta quién sabe, si en ascensos a Segunda. Pero la verdad es que sospecho que decidirse por el filial de Unionistas, que anda cerca del ascenso a Tercera, antes que por el de Primera Federación de aquí a final de temporada comienza a ser una decisión tan osada como beneficiosa. Además de pensar de una vez por todas por la próxima temporada en donde debemos encontrar a gente que jugando en la delantera, al menos, chute a puerta.

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