Acabo de conocer a un periodista que lleva toda la vida ganando mucho dinero además de viajando. Esencialmente trabaja en el mundo de la televisión además de que ejerce como paparazzi. Ha llegado a vender fotos que han sido portadas del Hola por 250.000 euros. Pero lo más importante es que viaja por el mundo y aparece en platós de televisión cobrando una buena pasta. Evidentemente él lleva con esto mucho tiempo, cuando yo acabo de comenzar. A sumar que es más joven que yo y que tiene cientos de contactos. La experiencia, sobresaliente.
Cumplir medio siglo de vida te esfuerza en que comprendas que, aunque a la muerte se la espere aún lejana, los años productivos comienzan a entonar una potente cuenta atrás. Salvo para ser presidente del gobierno o narcotraficante, donde puedes ejercer siendo anciano, atravesar el medio siglo de vida no te ofrece oportunidades como cuando tenías la mitad, donde había tipos que te montaban un restaurante en California cuando siempre podías ser funcionario, seguir estudiando o casarte con una tonadillera gracias a tu excelente potencia sexual y larga melena al viento, hoy todo recuerdos imborrables.
Las plataformas que convocan manifestaciones con el manido eslogan del no a la guerra suelen ser las mismas que son incapaces de comprender que el mundo, desde que existe, se conforma mediante cruentas guerras, terribles invasiones y uniones devastadoras. Ni la OTAN nació sólo para hacernos parecer más demócratas ni los cascos azules reparten únicamente latas de sardinas, mantas y aspirinas.
Acaba de comenzar lo que aún no es una guerra en toda regla pero que bien podría serlo. En ella, los primeros contrincantes son Israel, una nación que lleva décadas golpeando sin piedad, e Irán, una compleja dictadura que almacena bombas nucleares, la novedad de una tercera guerra mundial que en principio si no sería la definitiva sí que cambiaría bastante el panorama de las cosas.
Rusia invade una parte de Ucrania y Occidente pone el grito en el cielo además de la banderita azul y amarilla como la mosca de la tele. Israel responde de manera enloquecida a un violentísimo ataque de Palestina y los que salieron a la calle reclamando justicia para Ucrania, incapaces de hacer dos cosas a la vez, gastan esas energías –colocar la banderita palestina en el perfil de la red social que ustedes elijan– para defender a los masacrados por Netanyahu. Si se dan cuenta la guerra se nos acerca y en España seguimos pensando, como Franco, que podremos ser neutrales de por vida. Pero ni Francia ni Marruecos se quedarán de brazos cruzados cuando sólo con Portugal de socio nos comerán por los pies.
Cualquier lío mundial agranda la posibilidad de que el vecino arrase contigo. Son los denominados, daños colaterales, que en España seguimos pensando que sólo tienen que ver con las películas que nacen en Hollywood. Que al final, mis diecisiete años lejos de España van a ser mi mejor decisión tomada.
Y hablando con ese periodista que viaja por el mundo he llegado a la conclusión de que acercarme a Israel a contar todo esto de primera mano podría ser una manera de no dejarme morir en vida tras haber traspasado el medio siglo. De escribir qué nos cuenta el abogado de Daniel Sancho a preguntarle a un alto cargo militar israelí si tienen pensado dónde van a ir él y todos sus compatriotas cuando Irán les arroje una bomba nuclear. Vivir para contarlo.
He visto que hay reporteros en Jerusalén, en Tel Aviv, en El Cairo, en Trípoli, en Amman, en Estambul… pero ninguno en Haifa.
(Publicado en El Imparcial el 23/04/23)
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