Sánchez


Tuve que conducir mi moto de alquiler, de escasa cilindrada, desde mi hotelito hasta el embarcadero de la isla de Koh Samui donde debía devolverla. Y adosada a mi espalda, la maleta que lleva conmigo viajando bastantes meses. El trayecto, muy incómodo, en contraste con el fabuloso paisaje, el manejable tráfico y los olores de la mañana soleada, apetecibles. De pronto, el mar de fondo, que como si la línea de meta se tratara, me entregó al final de mi destino. 

 

Antes de subir al barco que me llevaría al continente asiático, camino de la estación de trenes de Surat Thani, estuve consumiendo a modo de aperitivo varias cervezas Asahi, fabulosas cuando el mediodía te raya la cara de luz, y la vista, cegada por el gran astro, observa lisérgicamente ante el aumento de la cebada. Y de esa guisa subí al barco, donde como no podía ser de otro modo, me quedé profundamente dormido. 

 

Ya en tierra, y a lomos de una furgoneta un poquito claustrofóbica, invertí dos horas –las mismas que en el barco– para llegar a la estación de trenes. Allí, me fui a preguntar a la señorita por una cama baja hasta Bangkok cuando, mi gozo en un pozo, la misma me confirmó que todos los trenes iban llenos inclusive los del día siguiente. Así que con la maleta, me monté en otra moto –esta con conductor– y me recorrí los ocho kilómetros que distan entre la estación de ferrocarriles de la de autobuses. Y allí sí, conseguí mi billete en uno denominado VIP, eufemismo de que precisamente no lo era. Antes, comí algo y tomé otra cerveza tratando de concentrarme ante las once horazas que me esperaban carretera arriba, camino de la capital siamesa, atravesando numerosas provincias de nombres impronunciables. 

 

Viajar es complicado cuando dispones de mucho dinero. Te coges un avión para cualquier distancia y evitas el contacto físico y visual con la vida. Es cierto que sin tiempo da igual el dinero del que dispongas, y que yo en realidad, disponía de las dos cosas: falta de divisa y exceso de tiempo. 

 

El autobús, en sus asientos traseros, permitía al único que allí estaba sentado –yo– recibir un chorrazo de aire caliente que imagino provenía de las vetustas máquinas de aire acondicionado, porque el autobús en general estaba más frío que un témpano. De alguna manera tuve que quedarme dormido, con los pies asomados al asiento de delante, congelados, y el tronco y la cabeza, horneándose. Y en esas, llegó la madrugada.

 

Varias veces me desperté para beber agua y no deshidratarme cuando en una de las ocasiones, aproveché para visionar el móvil, en el que me encontré con el siguiente mensaje: “Volviste a ganar la porra: Sánchez no dimite”. Estuve pensando bien a qué se refería, ya que iba cansado, aturdido y semidormido, cuando recordé que el presidente español había amenazado días antes con dimitir. Y entonces, llamé a mi amigo.

 

–No sé nada, voy en un autobús hacia Bangkok. Pero sí, te dije que no dimitiría.

 

–¿Y por qué lo sabías?

 

–Porque sólo dimiten los héroes y él es exactamente lo contrario.

 

–…

 

–Además, conocí a una persona que amenazó con suicidarse 27 veces y hoy sigue viva. Los asuntos esenciales se hacen o no se hacen, pero nunca se anuncian. 

 

 

Horas después el autobús llegó a Bangkok. Y en un estado lamentable y con la maleta a cuestas, tomé un taxi dirección a mi hotelucho. La mañana estaba empotrada en una boina de polución y la naturaleza había dejado paso a cientos de edificios de todas las alturas. Y como me prometí nunca hablar de política –y menos de la actual– en esta columna, espero que hayan disfrutado de mi viaje de regreso desde la isla de Koh Samui a Bangkok. Saludos cordiales. 


(Publicado en El Imparcial el 06/05/24)

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